Cómo protegerse del sol durante el senderismo en verano
Planificar tu protección solar es tan importante como planear la ruta de la caminata. La exposición al sol en verano, especialmente en las montañas o en altitudes elevadas, puede ser intensa, y los efectos de una insolación o deshidratación pueden ser peligrosos. Lleva siempre contigo los elementos de protección y asegúrate de que todos en tu grupo también estén preparados para el clima.
Te despiertas temprano, preparas tu mochila y sales lleno de emoción, convencido de que esa brisa ligera hará que el paseo sea una maravilla. Sin embargo, a medida que avanza el día, el sol asciende y se convierte en un auténtico inquisidor. Y entonces empieza la prueba de resistencia: el sudor que parece no evaporarse, los ojos entrecerrados y, poco a poco, una sospecha de que el sol podría estar conspirando para que acabes tostado.
No importa si estás en un campo ondulado, una playa o un bosque bajo: el sol, en verano, es como un miembro más de la expedición, solo que este miembro está decidido a ponerte rojo como un pimiento y dejarte la piel tirante y crujiente. Pero no te preocupes, porque la naturaleza, aunque implacable, es justa con quien sabe prepararse. Para vencer al sol, solo necesitas ser astuto y aprovechar algunos trucos que los senderistas más veteranos y los animales de montaña ya conocen.
1. Sombrero de ala ancha: Tu escudo personal
El sombrero de ala ancha, esa magnífica combinación de estilo, comodidad y practicidad que, aunque te haga parecer el protagonista de una película de aventuras de los años treinta, resulta indispensable para enfrentar los rigores de una excursión en serio. Porque créeme, la gorra, esa que con tanta ligereza usas en el paseo de las diez de la mañana o para ir a comprar el pan, simplemente no está a la altura de lo que la naturaleza tiene preparado para ti en la montaña.
Imagínate a ti mismo, majestuoso y altivo, con el ala del sombrero creando una sombra protectora que cubre tu frente, nariz y hasta esas orejas que, por alguna razón, se asan como pimientos en cuanto el sol sale con ganas de tostarnos a todos. Hay un cierto placer casi poético en sentir que llevas una pequeña sombrilla personal: es como si cargases con tu propio refugio, un lugar de frescura portátil. Y ni hablar de cuando el sendero serpentea por campos de matorrales bajos y abiertos, donde el único rastro de sombra es esa que llevas colgada de la cabeza.
Lo esencial, claro, es que el sombrero sea lo suficientemente ligero y transpirable como para que no te sientas atrapado bajo una tienda de campaña en pleno desierto. Hay sombreros de materiales tan absurdamente tecnológicos que hasta te protegen de los rayos UV, y algunos vienen con paneles de ventilación como si se tratase del capó de un coche deportivo. Uno de estos y estarás listo para la batalla, fresco como una lechuga y sin ese aire chamuscado que suele caracterizar a los que subestiman el poder del sol de montaña.
2. Protector solar: SPF 50+ o nada
El protector solar es tu mejor amigo, y en la montaña, más aún. La altitud convierte al sol en un compañero traicionero: a medida que subes, la atmósfera es menos densa y los rayos UV golpean con más fuerza, así que opta por un protector con SPF 50+ como mínimo. No se trata solo de evitar el clásico «rojo langosta» con el que podrías volver, sino de cuidar tu piel a largo plazo y prevenir daños serios. Además, el aire de montaña suele ser fresco, lo que da una falsa sensación de seguridad: no sentir calor no significa que no estés recibiendo radiación.
Aplica generosamente en cada centímetro de piel expuesta. Nos acordamos de la cara, pero ¿y el cuello, esas queridas orejas y, cómo olvidarlas, las manos? Ah, las pobres manos: agarradas a bastones de senderismo, al aire todo el tiempo, expuestas sin piedad. Ellas suelen llevarse la peor parte y no es raro verlas terminar más rojizas que una puesta de sol en el páramo.
Y un truco fundamental: aplícalo cada dos horas sin falta, y hazlo más seguido si estás sudando o si, en un descuido, te secas la cara con la manga. ¡Lleva el bote contigo! Esa pequeña botella de protector es tu billete de ida y vuelta sin dramas a la civilización. La montaña puede parecer acogedora y tranquila, pero el sol tiene un efecto acumulativo traicionero allá arriba. Lo que empieza como una brisa suave bajo un cielo radiante puede terminar en quemaduras de campeonato, que harán que hasta la ducha de regreso se sienta como una tortura medieval. Así que sé generoso con el protector y prepárate para enfrentarte al sol como si fueras un explorador en tierras salvajes.
3. Camiseta de manga larga: La protección invisible
Llevar manga larga en pleno verano puede sonar descabellado, pero una buena camiseta ligera de color claro es tu aliada perfecta para protegerte del sol sin sentirte como en un horno. Opta por tejidos técnicos y transpirables, como el poliéster o el nylon, que permiten que el aire circule y alejan la humedad, manteniendo la piel fresca y libre de esa molesta sensación de pegajosidad.
Evita el algodón como si fuera el enemigo en el campo de batalla. Este material absorbe el sudor y lo retiene, transformándose en una capa húmeda y pesada que pega a tu cuerpo, algo que agradecerías menos a medida que avanzas en la subida. Con la camiseta adecuada, llevas una protección invisible, ligera como una pluma, que crea una barrera contra el sol, manteniéndote fresco, cómodo y, sobre todo, sin riesgo de terminar el día quemado cual tostada.
4. Gafas de sol: Escudo UV para los ojos
No todas las gafas de sol son iguales, y en la montaña, unas sin protección UV son tan útiles como un paraguas roto en un aguacero. Busca unas de calidad, que te cubran bien y bloqueen el 100% de los rayos UVA y UVB, porque el sol rebota en piedras, tierra e incluso en la vegetación, casi con el mismo entusiasmo que en la nieve. Este escudo UV no solo previene el daño ocular, sino que también evita la fatiga visual; tras varias horas bajo el sol, agradecerás poder ver el paisaje sin esa molesta aparición de puntos brillantes que parece una feria psicodélica en tus ojos.
5. Hidratación constante: Tu mejor defensa desde dentro
De todos los elementos para una caminata exitosa, la hidratación es el más importante y el más fácil de pasar por alto. No solo es cuestión de saciar la sed; la deshidratación puede hacer que tus músculos se vuelvan pesados, reducir tu capacidad de atención y hacer que cada paso se sienta como un esfuerzo hercúleo. El sol y la actividad física te deshidratan rápidamente, y es esencial que tengas a mano suficiente agua, incluso más de la que piensas que podrías necesitar. Al final, llevar un litro extra vale mucho más que quedarse sin agua a mitad de camino, y el peso adicional pronto se convierte en un alivio.
Si tienes una mochila con bolsa de agua o un sistema de hidratación, no dudes en usarlo: beber sobre la marcha es mucho más práctico que detenerte cada vez que la sed aprieta, y así mantienes un flujo constante de hidratación sin interrumpir el ritmo. Si tu caminata va a ser larga o el clima es caluroso, añadir un poco de electrolitos al agua es una elección sabia. Estos pequeños sobres de sales minerales compensan la pérdida de sodio y otros minerales clave, evitando que el cuerpo entre en una especie de «modo ahorro» que ralentiza tus movimientos y agota tus energías.
6. Pausas a la sombra: Aprovecha cada árbol
Cuando el sendero te ofrezca un rincón de sombra, no lo dejes pasar de largo. Un árbol solitario o una roca grande pueden convertirse en verdaderos oasis, ofreciendo un respiro reparador en medio de la caminata. Las pausas estratégicas a la sombra ayudan a tu cuerpo a refrescarse, reduciendo la temperatura y permitiendo que los músculos se recuperen brevemente del esfuerzo continuo. Incluso unos minutos bajo la sombra pueden hacer una gran diferencia en cómo te sientes al final de la jornada.
Estas paradas, aunque breves, no son solo para descansar; son una oportunidad para hacer pequeños ajustes que te mantendrán cómodo y protegido. Aprovecha el momento para reaplicar el protector solar, que el sol y el sudor ya habrán desgastado. Verifica también que tu sombrero o gorra esté bien colocada para protegerte la cara y la nuca, zonas especialmente vulnerables al sol. Y, claro, no olvides beber un poco de agua para mantener la hidratación constante.
Estos descansos a la sombra, aunque parezcan insignificantes, ayudan a que el cuerpo mantenga un equilibrio natural en medio del calor y la actividad. Piensa en cada pausa como un pequeño recargador de energía; después de todo, el objetivo es disfrutar del camino sin quemarte, agotarte o sentir que estás arrastrándote hacia el final.
Conclusión
En resumen, para ganarle la partida al sol veraniego en cualquier sendero, solo necesitas unos cuantos aliados bien escogidos: un buen sombrero de ala ancha para darte sombra personal, protector solar de alto calibre (SPF 50+ sin excusas), y una camiseta de manga larga y ligera que mantenga tu piel fresca y protegida sin asfixiarte. No olvides las gafas de sol con protección UV para evitar el reflejo traicionero, y lleva agua en cantidades industriales, con un toque de electrolitos, para evitar convertirte en una pasa andante. Añade pausas a la sombra, aprovecha cada rincón fresco y, sobre todo, mantente un paso por delante del sol.
Con estos pequeños trucos, podrás disfrutar del senderismo en verano sin volver a casa como un crustáceo cocido. Tu piel, tus ojos y tu sentido común te lo agradecerán enormemente.